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Un mundo sin Apego Social

En estos meses de incertidumbre global, las personas enfrentamos la necesidad de adaptarnos al medio desde el aislamiento. Acatamos disposiciones de las autoridades, pero cada quien se ha visto obligado a tomar decisiones para sobrevivir según necesidades y recursos disponibles.


Durante este repliegue de actitudes, muchos nos alejamos, nos distanciamos y, peor aún, nos acostumbramos a este ritmo de ausencia social.


Dejar de visitar a nuestra familia, a amigos, u otros seres queridos, abandonar actividades recreativas, posponer indefinidamente ese esperado viaje o actividad social pendiente; poner en pausa proyectos personales, etc. La pandemia nos ha afectado en el plano social, económico y, sobre todo, afectivo.


Olvidar la co-dependencia entre la salud mental y la salud física y las posibles consecuencias de no atenderlas por igual, sigue siendo nuestro mayor error.




Los humanos tenemos en la sociabilidad una de nuestras características esenciales, de ahí la necesidad de aprender a convivir.

Darwin postulaba que, en la búsqueda por sobrevivir y adaptarnos, estamos sujetos a las leyes de la naturaleza y leyes sociales. Sin embargo, debemos recordar que, más allá de los sistemas socioeconómicos para subsistir, existe un vínculo tácito de comunidad: ese nexo mediante el cual nos apoyamos y fomentamos un sentido de pertenencia, de aprobación y contención emocional en una dinámica casi natural de comunicación y apoyo entre familias, amigos, conocidos, e incluso desconocidos.

La pandemia del COVID19 se interpone drástica e inesperadamente al obligarnos a separarnos y cambiar nuestros estilos de vida. Eventos tan comunes y significativos como las experiencias en grupo dejaron de ser posibles.

“Nos hemos acostumbrado a un ritmo de ausencia social”

Cabe reflexionar sobre un postulado de Freud que, dada nuestra naturaleza instintiva, precisa que nacemos siendo amorales y es en el proceso de socialización e incorporación a la cultura que vamos regulando nuestros impulsos y conductas para adaptarnos.

Otros autores como Piaget y Vygotski respaldan la necesidad y el beneficio de la experiencia social en el desarrollo integral al estimular y regular la conducta mientras nos formamos social, emocional e intelectualmente.


La pandemia desató la necesidad generalizada de alternativas digitales para no perder de vista rostros, voces, actitudes y palabras que hacen la diferencia en nuestra vida. Respondemos con entusiasmo frente a un “qué bueno verte”, “tú siempre igual”, “¿estás cansado?”, toda frase tiene más impacto ante las limitaciones en nuestras dinámicas alternas y puede generar que nos quedemos rumiando sobre posibles interpretaciones.


La mayor preocupación ahora consiste en motivar la persistencia en el afán de lograr una reincorporación social modificada. Muchos no se sienten listos, no solo por alguna limitación de salud física o desconocimiento de riesgos, sino por una adaptación al aislamiento y su carga emocional de “seguridad”. Este es el verdadero peligro para la sociedad que no debemos alentar, sino más bien revertir.


…adaptación al aislamiento y su carga emocional de “seguridad”

Permitámonos salir de casa (dentro de las restricciones), retomemos el ‘camino cotidiano’ y démonos la oportunidad y el respiro de perdernos en espacios que estuvieron por meses prohibidos.


El ‘apego’ es un término psicológico que hace referencia al primer vínculo emocional que desarrollamos, usualmente con la madre, quien asume nuestro cuidado y atención a necesidades primarias como el afecto.


Como seres sociales, el confort que nos brinda la interacción con el resto no tiene punto de comparación con la supuesta ‘seguridad’ que promete el refugio solitario. Parte de la belleza de vivir es decidir, no desatender oportunidades ni esperar sentados por ellas.

Entendamos entonces ‘apego social’ como esa conexión emocional tácita entre un grupo social que brinda la categoría de miembros y el respaldo de ese conjunto por el solo hecho de conformarlo.


Es debido a esa dinámica de pertenencia que debemos adecuarnos a normas, acuerdos y costumbres que terminan siendo parte de nuestra forma de ser, incluso inconscientemente. Pero si todos hemos nacido en y por este apego social, ¿qué ocurre cuando nos des-socializamos de este?



Fuimos capaces de replegarnos para cuidarnos, pero en esa batalla contra el virus pusimos en peligro algo mucho más valioso que la salud física: nuestra salud mental y su relación con el sentido de pertenencia al grupo.


Si es necesario reinventarnos para adaptarnos, debemos recuperar el valor de la libertad para vivir, para aprender, para equivocarnos, para departir y compartir. Es en esa reapropiación que podemos y debemos ‘despersonalizarnos’ para rehacernos en sociedad.


En el rediseño social que seguimos experimentando tenemos otro pendiente: las limitantes en el aprendizaje. Bandura planteó su Teoría del Aprendizaje Social como uno de los más significativos al basarse en la observación y modelado externo de conductas y experiencias.

Tratemos de recordar cómo aprendimos a guardar silencio en las iglesias, a gritar sin recelo en conciertos o estadios, a cruzar la calle mirando a ambos lados incluso en aquellas de una sola vía. Más que las indicaciones que pudieron darnos, en esos y otros casos primó el ejemplo del resto y el objetivo inconsciente de encajar. ¿Esto es factible en estos días?


En el compromiso tácito del apego social, tenemos el deber de reflexionar sobre el impacto presente y futuro en la salud mental producto de la prolongada ausencia de contacto entre niños, jóvenes y adultos.


Acompañémonos como sociedad en la racionalización de opciones y oportunidades. Sigamos distantes, pero jamás alejados. Aprovechemos el legado tecno-social de esta experiencia y desaprendamos el temor a la incertidumbre que tanto daño nos hace.


Alejandra Tamayo Alvarado - Departamento Psicopedagógico.

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